No cabía duda. Ella era la princesa más bella de la región. Debido a esto, creció vanidosa y arrogante. Una mañana se topó con una vieja mendiga, la cual suplicó su misericordia. A pesar del llanto de la anciana, su corazón permaneció inmutable, y ordenó a la guardia retirar de su vista tan horrorosa presencia.
Enojada por el desaire, y antes que se alejase la carroza real, lanzó una terrible maldición.
- ¡Para conseguir a tu príncipe, deberás besar a muchos sapos! -
La princesa sonrió y se dijo así misma - ¡Necia anciana! Con mi belleza y mi riqueza tendré al hombre que desee -.
Sin embargo, ningún infante se acercó a ella. Todos la rechazaban. Tiempo después, asustada por estar llegando a la madurez de su vida, viendo cómo su belleza se marchitaba, comenzó a pensar en la seriedad de la maldición que sobre ella pesaba. Recordó con exactitud la frase arrojada. Y, a escondidas, besaba a cuanto batracio conseguía.
Una mañana pasó junto a un estanque. Observó a un viejo sapo en la orilla. Era el más feo que jamás hubieses visto. Haciendo de tripas corazón, lo levantó y lo besó. Un torbellino de hojas secas la envolvió…
Ya han pasado cinco años. La princesa vive feliz junto a su esposo. Tiene un bello estanque. Muchos insectos para devorar. Y la compañía de sus hijos renacuajos.
Colorín, colorado, este cuento se ha acabado…
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