domingo, 10 de abril de 2011

Reflexión sobre seis cuerdas

(Publicado originalmente en Facebook el Viernes, 10 de abril de 2009 a las 1:48)

Hace un par de semanas le hice mantenimiento a una guitarra clásica que poseo desde hace unos cuantos años. Confieso que la compré para aprender a tocarla, y no pensé que me duraría mucho tiempo. Un día de esos de no-tengo-nada-que-hacer se me ocurrió bautizarla con el nombre de Dorotea. No me pregunten de dónde salió. Sólo broto, y ya, como si el nombre la hubiese escogido a ella.

Antes de la limpieza, la guitarra tenía un juego de cuerdas viejo (que ya ni afinaban bien) y el polvo acumulado por el abuso. Mientras la limpiaba y pulía noté los pequeños golpes que cubren parte del mástil y de la caja de resonancia. Cada marca en la madera, cada rasguño que posee ocurrió en algún tiempo el cual ya no recuerdo. Luego procedí a montarle un juego nuevo de cuerdas que compré en Caracas, y a realizar la primera afinación. Toma un tiempo para que las nuevas afinen como es debido. Hay que tocar y afinar hasta que las mismas se acostumbren a la tensión y la mantengan.

Sin embargo, al rasgarlas, sentí que mi guitarra cobraba nueva vida. Quedé extasiado con el sonido que me obsequió, y recordé lo bien que me siento al escuchar las notas brotar de esa fiel amiga. Me remontó a esa primera vez, cuando la llevé a casa, a su casa.

De repente caí en cuenta que esta guitarra me ha acompañado durante casi 17 años, que ha sido testigo de los pequeños y grandes sucesos que me han acaecido a lo largo de ese tiempo. Las pequeñas cicatrices que cubren su cuerpo son el recordatorio de un golpe recibido. Y aún así, con sólo cambiar sus cuerdas y remover la suciedad, vuelve a sonar como nunca. Renace de mi olvido y descuido y vuelve a obsequiarme, generosa, con sus notas cristalinas.

Así ha sido mi vida por analogía. He recibido golpes, en el alma llevo también cicatrices, y al igual que mi adorada Dorotea, he pasado por momentos en que actúo desafinado, en otros asincopado. En los mejores, acompaño a la gran orquesta del universo. En los que quisiera olvidar, sólo cuelgo de una pared, en silencio...

Tal vez sea ya tiempo de hacer lo mismo. De execrar de mi todo aquello que empantana mis espacios y turbia la fluidez de mi sentir. De volver a encordar mi alma. De dejar que manos suaves la acaricien y ejecuten de nuevo los acordes que alguna vez escondí en el fondo de un oscuro pozo.

Y, como Dorotea, sonar en perfecto acople en la sinfonía de un amor correspondido...

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