martes, 15 de junio de 2010

Amores de una noche...

Entre las memorias que conservo en el baúl de los recuerdos, están aquellas mujeres que conocí, y esa misma noche, hubo cierto grado de intimidad. Traté de analizar el por qué de lo sucedido en esas ocasiones, pero el procedimiento fue negativo. Lo único que encontré de factor común fue una mirada. Así de simple. Tal como la letra de la canción de Sentimiento Muerto, "una mirada dice todo, dice nada". Bastó ese gesto cómplice, ese guiño escondido, esa invitación de unos labios entreabiertos y deseosos para que la ocasión se convirtiera en algo mágico, especial.

Sin saber nada con respecto del otro, sin pasado, sin futuro, sólo ese presente fugaz cuya brevedad nos mordía los talones. La luna de testigo, y unos cuantos luceros sonrojados. No hubo promesas ni confesiones. Nada más la sensación de que ese momento supremo tenía que ser así, y no se podía concebir de otra manera. Pocos o muchos besos, ninguna o algunas caricias. Tal vez se recorrió el camino completo, más de una vez. A su manera, cada ocasión fue y es especial, singular e inolvidable.

Ciertas personas opinan que no son más que lapsus. O que son venganzas veladas, chantajes a otro corazón. Y es posible que el inicio haya estado impregnado de alguna turbiedad. Pero en otras ocasiones, la atracción, esa química extraña y compleja, la fuerza gravitacional de dos almas similares, nos llevó a cumplir deseos recién nacidos, y que urgían ser cumplidos.

Sea como sea, fueron pequeñas bendiciones en mi existir. Y a pesar de que algunas de esas mujeres se alejaron, apenadas y escandalizadas por lo vivido, para mí sigue siendo un beso que llevo a punta de labios y lo revivo embriagado en versos. No puedo censurarme, ya que tengo por norma el ser lo más sincero posible. Y juro basado en esa mi realidad, que me involucré por completo. Que besé y fui besado. Que quise y fui querido. Que, de alguna manera, amé y fui amado.

Mis amores de una noche perviven en mi alma. Cuando miro al cielo en una noche estrellada, los distingo claritos, titilando al lado de los que ya se fueron, mezclados con mis sueños y con mi esperanza...

viernes, 11 de junio de 2010

Cuando parte un poeta...(a Graterolacho)

"Los poetas sólo se deshacen, pero no mueren."
Jaro Godoy.


Hoy recibí la noticia de la partida de Manuel Graterol, alias Graterolacho, conocido periodista, humorista y poeta. Ese hecho me sumió en una gran tristeza, ya que cuando un poeta se nos va, un poema se concluye, y deja como herencia versos huérfanos, deambulando por la calle, aullando, escondidos en la hojarasca que levanta una fría brisa. Un descorcentante vacío ataca, y esa sensación de pérdida irreparable asalta el sentir, clavando su fría luna en nuestros corazones.

Se despide el poeta y con él nos queda la sensación de la palabra nonata, del esfuerzo visceral de escribir por ser, de la vida rimada y los deseos con métrica exacta. Crea el compromiso y la exigencia de no mandar al traste lo ejemplificado, y de procurar que su partida sea semejanza de un viaje a una lejana galaxia, ajena al amargo sabor que deja un adiós definitivo. Hallaremos refugio en su humor reflexivo, opiniones y obras, y recordaremos al amigo que legó un trozo de su alma en cada vocablo exaltado.

Hoy sus musas se sentirán perdidas. Ojalá hallen pronto consuelo en otras plumas, en diferentes personas, en un mismo sueño.

Gracias, Graterolacho, por todo. Que Dios te bendiga...

jueves, 3 de junio de 2010

El primer beso...

Hoy mi amiga Tutu Domínguez preguntó en Twitter sobre la experiencia de aquel primer beso que nace dentro de una relación. Su inquietud me dejó muy pensativo, ya que de esa interrogante derivaron otras en mi. Luego de cavilar durante un rato, debo decir que me cuesta responderle. Al menos, no puedo hacerlo usando 140 caracteres.
Recuerdo que hay un primer beso que di cuando niño, mientras hacíamos una parodia de la bella durmiente, y yo besé a la princesa dormida. No tengo claro de la edad a que ocurrió, pero supongo que no pasaba de los nueve años. Lo que sí puedo precisar es que me gustaba la niña de esta historia. En esos tiempos, no sabíamos nada de amores y desamores, y es obvio que no existía una relación per se. Pero es un bonito beso, incluido en mi memorabilia.
Otro punto en el cual pensé largo rato es si el primer beso debe pertenecer a la primera relación. Repasando las ocasiones en que hubo una novia, traté de hacer comparaciones y sopesar si esa premisa se cumplió en mi. Debo confesar que no. Cada mujer que amé (y aún amo, de alguna manera) representa una historia diferente, y con cada una de ellas tuve ese encuentro supremo que la hizo inolvidable. Todo tiene su momento bajo el sol, y el beso golpeado, inexperto, de un quinceañero en pleno frenesí no se puede igualar al del adulto reposado que juzga la vida de otra manera. Tampoco se puede lograr revivir esa maravillosa combinación de factores que nos llevan a ese gozoso momento. Aunque repitamos palabras, sitio, vestimenta, fondo musical, etc, siempre habrá la marcada diferencia de que es otra mujer, con otros labios, otro sabor, otro querer.
Algunos de esos besos fueron los que sellaron la relación. No fue consecuencia sino causa. Pacto firmado en los labios y refrendado por lánguidas miradas rodeadas de suspiros.
Yendo más allá, me atrevo a afirmar que incluso ese ósculo existe aunque no haya una relación amorosa de por medio. Cuando la atracción ronda el sinuoso límite que existe entre la amistad y el noviazgo, es válido el considerarlo así.
De hecho, mi último primer beso tiene esas características. Se dio sin pensar, brotó en ese momento, y juro por Dios que me llenó por completo. Como los demás, lo revivo en sueños y es musa en algunos versos. Llena por completo los requisitos para ser considerado por mi como tal.
Y, la única diferencia con los anteriores, es que este dejó sembrada en mi alma la esperanza de volver a repetirlo...